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¡Sueños frente a las realidades!

Finalmente

Cuando mi abuelo murió, las navidades pasadas, nadie se esperaba que así fuera. El shock fue horrible, pero me queda el consuelo de saber que aunque estuviera ingresado por la pulmonía, murió dormido, soñando que en poco tiempo saldría del hospital, y tras haber vivido una vida plena en la que tuvo hijos, nietos, la mujer más maravillosa, éxito en el trabajo y un mal genio adorable. Anoche, finalmente murió mi tio. Bueno ni si quiera era mi tío, era el marido de una prima de mi abuelo, que ni si quiera era su prima. No sé si me explico. A lo largo de su vida mis abuelos hicieron amistad con gente que pasaron a considerar familia, como mi “tia” gallega y sus hijas, mis, “primas”, o como es el caso de esta mujer. El caso es que eran de tal manera que si no tuviera conciencia de que no somos familia de sangre, jamás habría pensado que no lo éramos. Con esto todo ha sido diferente. No puedo decir que he llorado. No lo he hecho. Y no porque no quisiera a ese hombre o porque no quiera a la que a día de hoy es su viuda. Cuando era pequeña e iba al pueblo siempre estaban allí, y yo me escapaba a su casa para que jugasen conmigo y me dieran caramelos. Cuando uno es pequeño todo es muy sencillo. No he llorado, y no porque no duela. Es porque mis recuerdos con él, son de cuando era muy niña. Y no acierto a pensar que simplemente ya no está. El caso es que nadie esperaba que mi abuelo muriera. Pero todos contaban las horas que le quedaban a mi tio. Lo sabíamos. Sabíamos que se moría. Que no tenía arreglo, que ya sólo quedaba esperar. Y aunque yo lo he vivido toda de forma surrealista, como si no estuviera pasando, como si fuera una película, me pregunto no ya cómo se sentirán su hija y su esposa hoy, sino como se habrán sentido hasta hoy, desde que supieron que se les iba y que no podían hacer nada salvo ver cómo se consumía lentamente. Y creo que es peor que no esperarlo, que que ocurra de golpe. No tener el consuelo de que no sufrió, de que no se enteró de nada. Saber que iba a morir, y saber que él lo sabía. Un auténtico calvario. Mi tío era una gran persona, aunque en los últimos tiempos no le haya visto le recuerdo perfectamente. Tenía un taller de coches, y mucho sentido del humor. Una casa antigua en el pueblo donde yo jugaba imaginándome que había fantasmas en el desván, y una regañina siempre dispuesta cuando yo hacía algo que no debía, aunque jamás pudo evitar la risa mientras lo hacía. Y su mujer, siempre diciéndome: “a ver cuándo vienes a vernos”, y yo que no fui, y que ya no puedo, por lo menos no en plural. Cómo estará ella. Puedo hacerme una idea. No he ido al tanatorio. No fui ni cuando mi abuelo. No lo soporto, la idea de conservar un último recuerdo de alguien postrado en una caja de madera me aterra, mis recuerdos son de sonrisas, son de abrazos, son de vida que escapa por los poros de la piel. No voy porque no quiero que nadie me quite eso. Pero cuando vaya a la misa, no sé qué haré. No sé cómo la miraré a la cara y la diré que lo siento de veras. No sé cómo se hace cuando alguien ha perdido a otro alguien despues de tanto sufrimiento. ¿Ha sido una desgracia para ella o un alivio que acabara todo por fin? ¿Es mejor así, a que se haya prolongado la agonía? Pero la pregunta que me hago, la verdadera pregunta es: ¿Por qué no he llorado? Porque no me lo creo, así de claro. Y creo que nunca me lo creeré. Para mí siempre Tomás estará allí, en aquella casa, con caramelos en los bolsillos, esperando a que yo vaya a llenar las paredes de madera de la inocencia que conlleva ser un niño.

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