El vampiro ha acompañado al hombre desde la noche de los tiempos, ha sido su inseparable pesadilla, su terror más antiguo.
Pero ese horror se agudiza si a su capacidad de destruir se alía un irresistible poder de atracción.
Es por ello que su réplica femenina, la vampira, se convirtió en el emblema por excelencia de todo lo deseado y temido a un tiempo, porque era imposible escapar a una belleza letal que era sólo preludio a la perdición.
Nunca había imaginado la literatura un ser tan peligroso: ya no era una criatura monstruosa que acechaba en la oscuridad de los cementerios, sino un ser fascinante que se movía con soltura en sociedad y sabía ganarse la voluntad de sus víctimas.
Y el hombre nunca había estado tan asustado, pues se sabía atrapado en las garras de la más perdida seducción, como la mosca que espera ser devorada por la araña.
Pero ese horror se agudiza si a su capacidad de destruir se alía un irresistible poder de atracción.
Es por ello que su réplica femenina, la vampira, se convirtió en el emblema por excelencia de todo lo deseado y temido a un tiempo, porque era imposible escapar a una belleza letal que era sólo preludio a la perdición.
Nunca había imaginado la literatura un ser tan peligroso: ya no era una criatura monstruosa que acechaba en la oscuridad de los cementerios, sino un ser fascinante que se movía con soltura en sociedad y sabía ganarse la voluntad de sus víctimas.
Y el hombre nunca había estado tan asustado, pues se sabía atrapado en las garras de la más perdida seducción, como la mosca que espera ser devorada por la araña.
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