Blogia
¡Sueños frente a las realidades!

Silencio

Silencio “Sal de la cueva”, decía mi padre. ¿Por qué diablos tenía que salir si estaba bien allí? Sola, en mi cuarto, la persiana bajada, la luz apagada. Pero tuve que salir, quién sabe para qué, para ver lo que había ahí fuera, para encontrarme de bruces con las malas noticias que dan los telediarios, para cruzar la acera y descubrir que al otro lado hay un mundo de alimañas que se mienten, se humillan, se ensalzan, se matan unos a otros aún sin utilizar armas… convirtiendo a los débiles en simples trapos, que acaban pensando que si esto es la vida, mejor tirarse por el viaducto, que acabamos antes. Salir para eso. Hace unos meses estábamos desayunando en el restaurant y oí una conversación interesante. Una amiga mía le expresaba con otras palabras esto mismo a mi profesor… intentando buscar una luz que atravesara su cueva, que aunque no era una habitación como la mía, era muy solitaria también. En ese punto mi profesor contestó que siempre hay que obligarse a tener una ilusión. Me hizo mucha gracia porque hacía mucho tiempo que yo no me ilusionaba con nada. “Imagínate Raquel, que un día te cruzas al cartero. Y resulta que de pronto nace una chispa dentro de ti, y te das cuenta de que el cartero te gusta”. Tuve el deseo de dejar de escuchar por un momento, porque pensé que me estaba entrometiendo, pero hablaban lo bastante alto y estaba claro que no les importaba que los demás que estábamos allí oyeramos lo que estaban diciendo. “Entonces ya tendrás una ilusión, para despertarte cada mañana, sólo para pasar por esa calle, a esa hora, y ver al cartero.” Entonces caí en la cuenta. No conozco a ningún cartero. Ni a un cartero, ni a nadie que me haga sonreir sólo con mirarle. En mi cueva se está bien, pero falta ese rayo de luz. Y por eso salí, para ver si lo encontraba. Pero no. Y dicen que soy demasiado exigente, y que mientras sea así no encontraré ni cartero ni funcionario ni corredor de apuestas. Quizá sea cierto. Quizá lo que busco no existe. Y tras pensarlo mucho tiempo, decidí que mi cartero era un desconocido, porque nunca le he mirado a los ojos y jamás me ha hecho sonreir. No es que tenga prisa por encontrarle, y soy consciente de que quizá nunca lo haga, pero cuando pienso que podría no existir y que tendría que convertirme o bien en una de esas chicas que con tal de no estar solas se conforman con cualquier cosa, o bien en una de esas otras que acaban solas, gruñendo, y alegando que el amor es una soberana gilipollez, me vacío un poquito por dentro. Y me dan ganas de meterme en mi cuarto, bajar la persiana, cerrar la puerta, y decirle a mi padre la próxima vez que me repita lo de que salga de la cueva, que se compre un bosque y se pierda, que yo aquí encerrada no estoy bien, pero visto lo visto, podría ser peor. Yo lo siento mucho, ni me conformo, ni gruño. Que alguien me regale hoy una sonrisa, que me faltan fuerzas para sonreir.

0 comentarios